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sábado, 12 de julio de 2014

Siempre que nos despedimos

Cae la noche en el frío pavimento
alumbrándolo con una luna llena y brillante 
que se oculta a ratos entre las nubes, transmitiéndoles ese brillo tan único que tiene.
Sopla el viento, helado, egoísta y despiadado,
sin necesidad de ser violento, porque sabe su intensidad
y le basta con helar las manos de los presentes.
A lo lejos se escucha el andar de los autos, que se acercan cada vez más,
dando la ilusión de estar más cerca de lo que en realidad están.
Y cruje la hierba al ser pisada, por nuestro lento caminar
de pasos que se dan sin desearse

Pero es algo que se debe hacer
es el momento de despedirse, 
el evento más odiado de cada uno de nuestros encuentros
unas veces llega con más resignación que otras;
unas veces se tiñe con la alegría que nos acompañó a lo largo de todo nuestro encuentro,
y otras se pinta de melancolía 

Y lentamente nos acercamos a tu moto
mientras los deseos de subirme a ella contigo me invaden
y una que otra vez se me escapa el pedido imposible de cumplir que recita un "no te vayas" 
como los personajes principales de  las novelas más cursis o de las más trágicas pronuncian a su ser amado
cuando saben que es un momento decisivo
Pero en nuestro caso es diferente. No es un momento decisivo,
es una noche común y corriente que sucede a una cita nuestra, 
que se inunda de nuestro deseo por no separarnos.
Simplemente eso

Ese deseo caprichoso de extender un poco más tu visita
y al mismo tiempo alegre por todo eso que logras mover en mí con tan poco esfuerzo
es un momento ambivalente, de alegría por lo que pasamos y tristeza porque el día ya terminó,
de felicidad por tenerte en mi vida y de melancolía por lo mucho que te extrañaré, 
de gratitud por haber podido pasar tiempo contigo, y de añoranza por pasar juntos más tiempo aún 

Y mientras todo esto se mezcla
y el frío ya ha llegado a calar nuestros huesos
te acercas a mí a darme un cálido abrazo
y rozar tus ahora fríos labios con los míos,
haciéndome bailar en mi interior.

Y mientras te pones tu casco y te subes a tu moto
me percato de la gran sonrisa que llevo, a pesar de que te vas
y del sabor que me dejaste en mis labios, que me durará hasta nuestro próximo encuentro.
Me percato de cómo abrigaste mi alma
y de que aunque ya te empiezo a extrañar, cada segundo de espera vale la pena 
por toda la felicidad que me das.


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